Un Amor
Una lectura desde el psicoanálisis a la sexualidad femenina.
“Hay algo de lo femenino que tiene que encontrar en el cuerpo su
inscripción. La mujer tiene un hueco que no es del modo del objeto
sino del espacio, un hueco de mujer”. Dominique Guyomard.
“La danza es una dimensión que convoca el marcaje de un ritmo, algo puede ser recortado del tiempo. Ritmo como una primera sonoridad envolvente, temporalidad arcaica que viene a inscribir el espacio y que hace posible la aparición de un cuerpo en movimiento”.
Trinidad Quinteros Cruz.
La situación teórica es la siguiente: a todo ser humano por el hecho de existir, le falta algo,
esto en psicoanálisis se llama castración. Y lo que haremos, será buscar cómo saldar o de
alguna manera vérselas, con esta falta originaria que contradictoria y necesariamente, es
condición de existencia.
Esta falta en ser y su reparación, atraviesan a casi todos los seres humanos. Es una vivencia
más bien psíquica que real, y se pone en juego en los primeros años de la constitución
subjetiva, principalmente en dos tiempos: cuando la madre (o el cuidado/ar) fallan o se
ausentan en sus respuestas, y cuando el niño (en una imágen mítica para Freud) al ver el
cuerpo femenino se entera de la diferencia sexual, “donde lo que debería estar, no está, ha
sido removido, y en su lugar hay un agujero” (Freud, 1923).
Es a partir de este saber sobre los cuerpos en el que imaginariamente “unos tienen y otros
no” que nos identificamos y ubicamos en una posición sexuada e inconsciente, que en su
polaridad es femenina o masculina.
Atravesar la sexuación es un destino y un devenir que dura casi toda la vida, en el que se
recorre la pregunta de qué sería ser un hombre o una mujer. Esto, por supuesto, incluye
todas las transiciones e identificaciones posibles, dando paso a cuerpos y tránsitos diversos,
1
pero en sus márgenes, la diferencia sexual es binaria, sexuación masculina (fálica) y
sexualidad femenina (castrada).
En Un Amor, se muestran claramente los caminos más extremos y esenciales de la posición
masculina y femenina. En Nat y Andreas están las polaridades, y en los otros personajes del
pueblo, algunos matices y salidas intermedias, quizá mucho más obedientes y alienadas.
Lo femenino y masculino resolverán la castración (la falta simbólica) de maneras
diferentes, y para el psicoanálisis, esto pasa siempre por el cuerpo. Así, las mujeres
buscarán representar la angustia de existir pero no encontrarán en el cuerpo un
representante que encubra esta falta. En su lugar, existe un agujero, un vacío que es muy
difícil de simbolizar. En cambio el “niño-hombre” sí lo encontrará, autorizado además por
los significantes culturales, investirá su pene como representación fálica, que le hará
ubicarse en la posición “tengo-puedo”1
.
La masculinidad en Un Amor, se muestra como el lugar de la sólidez y de lo salvaje,
Andreas al pedirle u ofrecerle a Nat el intercambio sexual dice, “a mi no me falta nada, me
las arreglo bastante bien por mi mismo”. Se trata de una masculinidad vivida como
completa y cerrada en sí misma, y donde la falta en ser es salada desde la dureza y las
defensas de guerra, hombres que han sido preparados para el ataque, listos para la muerte y
el combate.
Andreas pareciera que ya no cree en nada ni nadie, cierra el corazón y las emociones. Lo
femenino para aquellas masculinidades, se vuelve amenazante y horrible, ya que las
mujeres muestran en su cuerpo la castración, en su agujero está el enigma de la
significación. Así, en muchas de las respuestas masculinas, ante la mirada de la(s)
mujer(es) aparece el menosprecio o la utilización en la medida de su control, por ejemplo,
como objeto sexual.
1. Es importante decir que la diferencia sexual y la dimensión de la falta, se juega en lo simbólico, de esta manera, una mujer puede ser muy fálica, invistiendo su cuerpo entero cómo fálico y poderoso, y un hombre podría vivirse totalmente castrado y faltante, destumescente, etc.
Para estos hombres, existe sólo una única mujer, la madre. De esta manera ni una mujer
estará a la altura de su madre, quién es elevada a una categoría excepcional, es puesta en el
lugar de un ideal, santa y devocional.
A Andreas le pasa así, para él ninguna mujer superará a su madre. Si bien hizo un intento,
cuando nombra a “su mujer”, ante su partida, no puedo más que elaborar un abandono, y
así devaluarla para volver siempre a la madre cómo la única mujer. Desde ahí, Andreas
vive en lo insensible, todo es cierre y pérdida de fe, de esperanza y de amor. Quizá Andreas
se desconectó de la posibilidad real del amor hace mucho tiempo, sino desde siempre,
haciendo un pacto de fidelidad con su primer amor, la madre. Este es el camino de muchos
hombres.
La mujer en cambio, que bien muestra Nat, habita mucho más vertiginosamente la falta y la
gran perforación que es la existencia misma, y que para las mujeres atraviesa el propio
cuerpo: orificios, pérdidas y particiones (partos, reglas, etc.), son vividas desde lo informe y
el vacío, muy difíciles de asir por la palabra y la representación. Útero, hueco, concavidad,
y pérdidas del cuerpo, las mujeres sabemos que significa “no tener” y “perder”. Y esto, o
nos hace más fuertes y salvajes, o nos reenvía a la tristeza y la precariedad psíquica, como
es la casa oscura dónde Nat habita.
En esta cultura falocéntrica, la tendencia es que el poder de lo femenino-salvaje sea
silenciado y reprimido, dejando convenientemente a lo femenino del lado de la
vulnerabilidad y la fragilidad, sin potencia, en la depresión (diagnóstico mayormente
utilizado en las mujeres).
Por su parte, las madres, poniendo en valor a lo femenino, podrán transmitir una posibilidad
más sólida para la vivencia de ser mujeres y vivir en un cuerpo de mujer. Sin embargo, en
esta cultura patriarcal, las madres (consciente e inconscientemente) transmiten casi siempre
su reverso, la falla y el acomplejamiento respecto al género, porque son ellas mismas
quienes transgeneracionalmente no han resuelto la pregunta por el valor de ser mujer.
Estas dificultades en la transmisión y en las herencias sobre lo femenino, se instalan
tempranamente desde la sombra y el negativo, y tienen fuertes implicancias en los estados
melancólicos, y a veces hasta psicotizantes, para las mujeres.
Entonces, la mujer, en posición femenina, buscará el amor haciendo de ello un síntoma para
completar esta difícil falta en ser. Amar pasionalmente y hasta la locura, persiguiendo una
correspondencia a veces (o casi siempre) imposible. “Un Amor” muestra con toda potencia
el equívoco que es el amor entre lo femenino y masculino, ese desencuentro que se presenta
y se repite no sólo en ésta historia extrema, sino en muchas historias.
Así, las mujeres tienden a entrar en transferencias (en relaciones) con hombres que
idealizan, poniendo la potencia y el valor afuera, buscando un “protector” y dador de eso
que, imaginariamente, se padece como “no teniendo o siendo”. Las mujeres buscan a través
del amor lo que la complete, como signo de lo que colma y llena. Dan y buscan amor
disponiéndose por completo ante el otro, a costa de perderse a sí mismas.
La sexualidad tiene que ver con tiempos primarios donde se inscribe y se hace cuerpo, es el
otro el que erogeniza y cuida. Y es el otro quién permite la circulación de la pulsión sexual
(o libidinal) tanto en su expresión, como en su inhibición (latencia), ambas dinámicas
necesarias.
Para Nat el goce sexual va más allá del goce fálico y físico, ella necesita afecto, vínculo,
quedarse en la piel, y sentirse amada. Cuestión que al no ser correspondida, abre el espacio
de un vacío que desorganiza. Nat busca más, es decir, que la sexualidad se metaforice y que
represente otra cosa más allá de la genitalidad, que exista un deseo hacia ella más allá de lo
puramente sexual. Nat quiere hacer un vínculo afectivo, amar. Introducir la palabra en el
cuerpo, y que exista una doble dimensión es lo que a Nat la subjetiva. Cómo en la poesía, o
como en la escena de la montaña, donde ella busca más significación, “eres como una
montaña” le dice a Andreas, y él le devuelve menos, “le das muchas vueltas tú a las
cosas”.
El amor para lo femenino no es sólo sexual, sino que busca llenar una necesidad de
protección y envoltura primaria, es por eso que Nat insiste en la vertiente de ser vista,
tocada y amada. A Nat le interesa vincularse mientras que tiene un encuentro sexual, eso
pareciera erotizarla. A Andreas en cambio, le basta la fisicalidad de lo sexual, o por lo
menos, no cruzará más allá, prefiere mantenerse disociado emocionalmente.
Ser amadas y únicas, hasta enloquecer, como le pasa a Nat vigilando la casa de Andreas
cuando se abre la sospecha sobre su exclusividad, de que no es la única, el único amor.
Buscar y pedir cariño, dulzura, continuidad, deseo, subjetividad, más que ser tratadas como
objeto reemplazable, “o sea que podría ser otra” le pregunta Nat a Andreas, buscando la
respuesta de su deseo hacia ella. Mientras Andreas responde con la practicidad y literalidad
correspondientes, “ ́tú podrías ser otra, y yo podría ser otro”.
Un Amor muestra cómo las mujeres entramos al “amor” proyectando rápidamente en el
otro un deseo que busca un lugar corporal donde se depositan afectos y necesidades
primarias, como ser envueltas y contenidas. Se trata de la búsqueda de un espacio
maternante, a la vez que fálico (paterno). En el sexo se busca piel, tacto, sensaciones, calor.
Erotizaciones que constituyen el cuerpo y forman al Yo, y que atraviesan lo corporal
femenino trascendiendo la genitalidad. Así es cómo Nat cuando se quiebra la historia con
Andreas, termina finalmente apegada a su perro, dador de calor y afecto, con él sí tiene un
vínculo recíproco, emocional e incondicional.
Amar es integrar, mantener una continuidad en el vínculo y poder tener al otro presente
sobre todo en la ausencia. Cuidar y querer, más que dividir y disociarse de la experiencia
afectiva, porque eso genera confusión, desconexión, expulsión, desintegración. Ni
rechazadas, ni idealizadas, ya que cuando el otro se pega obsesivamente y nos busca,
sabemos, tampoco es Amor.
Así, Andreas identificado y protegido todo entero a lo fálico (como tapón de la falta), se
vuelve rígido e insensible, y más que buscar algo, construye y se cierra en sí mismo, se
afecta poco. Andreas porta un hermetismo quizá de años, donde es casi imposible entrar.
Construye una coraza imaginaria en la que “no le falta nada” y no necesita a nadie, y ante la
profundidad de un vínculo, se repliega sobre sí. Vive a condición de no sentir, de
endurecerse emocionalmente.
En este sentido Andreas no está subjetivamente en falta, no está dividido, a él “no le falta
nada”. No se hace una pregunta respecto a la relación con Nat, es simple, demasiado
concreto, y más que desear, se pone en el plano de la necesidad (de lo que él necesita).
Andreas tiene un huerto que produce y es fértil, quizá algo de su energía afectiva y vital se
deposita ahí, pero quizá sólo es un medio de intercambio, nada más, para transar por su
necesidad sexual. Un comercio individualista que está en el plano de la necesidad más que
del deseo.
La división subjetiva (no saberlo ni tenerlo todo) abre espacio al deseo, esto quiere decir
que asumimos que algo falta, y que debemos buscarlo, aunque eso traiga angustia, duda y
contradicción.
La falta en ser y el vacío que es existir, están representadas en la casa que se cae, húmeda y
oscura, parte de un lugar del psiquismo femenino regresivo y arcaico que las mujeres
habitan. Lugar que muchas veces provoca estados melancólicos, como cuando Nat al no
sentir reciprocidad ni amor de vuelta, se refugia en su casa por días arrullándose en el sofá.
Empuje a la locura y a la desorganización, deseo loco de “embarazarse” del otro,
fusionarse, simbiotizarse, perderse, borrarse. Así lo dicen muchas de las historias de
mujeres que he escuchado.
¿Por qué se insiste hasta la obsesión donde no es? ¿En un amor imposible? Algo se activa
en Nat, cuando hay menos reciprocidad, surge en ella más el deseo, ¿Lugar doloroso y
sádico consigo misma? ¿Desafiante? Pero Nat mientras más se queda, más entra al abismo
de su casa oscura, que es su propio yo, su cuerpo. Entonces no es necesariamente el deseo
lo que se activa en ella, sino las angustias y dolor.
Es a ese lugar al que se vuelve y se repite en la clínica de lo femenino y en la escucha de las
historias de mujeres, ese eterno duelo en el que se espera algo imposible. Las mujeres
generan un apego, que quizá podría nombrarse como un apego al cuerpo y al afecto, pero
también al dolor, una fijación que las mantiene desubjetivadas, esperando o depositando en
otros, lo que deben hacer por sí mismas, consigo mismas.
De este espacio hay que saber salir, ya no buscando un amor u otro que dé eso que no se
puede. Menos, en la trampa de pedir lo que no se tiene a quién no lo puede dar, proyectar
en otro, lo que no es.
“Esto es lo que hay”, frase fundamental que aparece como una autorrevelación, y que hace
que Nat logre cambiar de posición, salir del estado más regresivo para irse del pueblo.
Dejar de ser arrastrada por los otros, puros personajes individualistas que quieren algo de
ella pero sin verla. Que sólo quieren aprovecharse de la “carne nueva” con inquietante
amabilidad como lo hace Píter.
Es sólo con la abuela, orgánicamente delirante, con quién Nat puede entenderse realmente,
ella le dice verdades. O finalmente con Andreas, que no envuelve nada, y quizá es lo que
hace que Nat confíe y entré en este intercambio pasional de brutal honestidad.
Amar y repetir, las mujeres corren el riesgo de la pasión y el descontrol pero las lleva en
pendiente hacia el exceso y la muerte. Tentación de transgredir la normativa fálica y
arriesgar el cuerpo, puro empuje pasional, buscar y demandar amor, ¿Qué soy para ti?
¿Cuánto me quieres? ¿Qué soy en tu deseo? _ ¿En qué piensas cuando estás conmigo?_ le
pregunta Nat a Andreas.
Nat toca fondo cuando se encuentra con lo salvaje y se rompen los diques pulsionales. La
pulsión se desborda con la fuerza de lo indómito y es el propio cuerpo el que se pone en
riesgo, tanto en recibir violencia como en generarla. Esto se expresa en dos imágenes; a
través del intento de violación, y de la mordida del perro a la niña.
Es ella misma que llega a lo salvaje, y es lo que probablemente la hará salir de ahí y
moverse de posición. A partir de estos eventos Nat despierta, se abre el saber de todas esas
masculinidades que la acechan, toma conciencia de la cultura en la que está y de ese
pueblo. Pero por sobre todo puede despertar de sí misma y detenerse. “¡Esto es lo que es!”
grita, y en estas palabras algo la limita y contornea, le devuelve solidez. Nat puede recobrar
el cuerpo, la integridad y hacerse fuerte.
Nat se va y en esa decisión se recupera, busca estar sola, tocar la tierra, y bailar. Baila ante
nadie, baila sola como acto de dibujar y contornear su propio cuerpo, e integrar ese vacío de
existencia a través de la danza y el movimiento.
Bailar para las mujeres es poder habitar el cuerpo, corporalidad compleja, con volúmenes,
espacios y agujeros. Inscribir un espacio interior, ya no como vacío, sino como materia,
solidez, raíz. Se trata de un simbólico que tiene que ver más con el ritmo y el espacio, que
con la palabra. Lenguaje preverbal que a lo femenino le es tan cercano.
Entonces estar en posición femenina, más allá del falo como obturador de la falta, es al
contrario una potencia, y no una pérdida. Es la posibilidad de habitar la falta con todo lo
que es, con el riesgo que supone perderse en ese vacío, en ese espacio cóncavo y hacia
adentro que encontramos en el cuerpo femenino.
Nat se enfrenta consigo misma y sabe que sola debe encontrarse y recuperarse una y otra
vez. Reconstruir una casa, un mundo propio, rearmarse primero antes de encontrar a otro.
Ahora toma lugar y de alguna manera esto la estructura, volviendo la energía entregada
sobre sí puede danzar. Danza para ritualizar la vida, para darse a luz, para incorporar el
cuerpo.
La sabiduría de lo femenino (y no su fracaso), es que las mujeres en esta cultura y en otras
aunque se pierden, y están en desigualdad, siempre buscan cómo encontrarse. Son frágiles y
fuertes a la vez, saben como hacer para sobrevivir y reponerse porque saben de los
orígenes, son dadoras de vida y de muerte, es ahí donde se encuentra su potencia.
Trinidad Quinteros Cruz
Psicoanalista y Feminista.
Intérprete de danza y movimiento somático.
Madrid, de noviembre 2023 a mayo 2024
Película Un Amor: